lunes, 28 de febrero de 2011

El sobretodo negro


No era el cielo azabache, ni el sollozoso viento. No eran ni el frío, ni el filo del puñal, quien destellaba de tanto en tanto, histriónico, sonriendo al reflejo de la Luna. Lo que verdaderamente estremecía, aquel escozor mortífero vibrante en el manto cutáneo de mi ser, ese extremo de terror, sólo podía ser suscitado por aquel sobretodo negro. Aquel harapiento sobretodo negro. Sucio,  impúdico y maldito sobretodo negro. No temí al hombre en sí propio. El hombre fue una circunstancia, un mero bípedo, quien tuvo la mala suerte de cruzarse en su camino.
Y heme allí, en aquella justa situación. Paseaba por el vasto jardín de mi casa, que habría hecho las veces de escenario para meriendas, juegos sexuales, caminatas…pero nunca de patíbulo. Hace semanas que caminaba por el bosque esperando, buscando un olor propio en la transición, en el crepúsculo, entre la tarde y la noche. Ese día había andado más de lo habitual. Me encontraba más allá de los límites de mi propiedad cuando perdí el pensamiento en mi nariz, entre corteza de nogal y pasto mojado. Súbitamente el viento trajo un llanto y me empujó fuera del trance. A cien metros, un cuerpo arrastrado desde su cabellera, gimoteaba y pataleaba débil e inútilmente por soltarse. No fue un arrojo de bravura, ni la triste empatía de la cual suelen ser víctima los humanos. No fue un sentimiento de justicia, ni la narcisística pedantería del apremio seguidero a un acto de valentía. Aquello por lo cual decidí seguirlos, esa necesidad de posesión… el sobretodo me llamaba, mi herencia me esperaba.
Nunca vi la cara toda del ejecutor, solo atisbé parcialmente su frente, sus ojos verdes, ofuscados ante la sed de muerte. Sí lo vi pincelar el cuerpo de su víctima, manejando el puñal con envidiable maestría y entendí que si quería sentirlo reposar sobre mis hombros, el hondo peso del legado, debía ser astuto, rápido, sigiloso. Si bien fui brusco en algún movimiento, la saciedad de su empresa no le permitió desconcentrarse, y fue esa mi señal. Salté sobre su cabeza con mis codos y rodillas apuntando. Tumbados los dos en el piso, actué como quien se encuentra atento y con un claro objetivo, no puedo decir lo mismo de mi antecesor. Comencé a rasguñar su cara, mis uñas llenas de piel y sus mejillas y ojos, sangrando. En un torpe y desesperado intento, alcanzó a clavar su corto puñal en mi pierna izquierda, transformé el dolor en ira, mientras girábamos abrazados, sentí la fricción de mi tela llamando, no había dudas, era mío. Tras las volteretas conseguí darle un golpe de rodilla en su cuello con fuerza tal que hizo crack. Antes que cualquier pensamiento, tomé lo que era mío y lo vestí.  Los dos cadáveres y yo descansamos por un rato, volcados en el pasto. Sentí en mis párpados que comenzaba a clarear y en la transición, en el crepúsculo entre la madrugada y el día, corteza de nogal y pasto mojado… sonreí.
            Las tardes por el bosque siguen siendo mi leitmotiv, y la persecución y el anhelo de nuevas mezclas sensitivas bajo el abrigo de aquello que poseo… y recelo. Porque evito el contacto con otros hombres. Porque lo quieren para sí, porque pretenden lo que yo tengo, celosos. Esto que es mío, esto que amo y odio, que me aleja, esto por lo cual llevo siempre un puñal en el bolsillo.