domingo, 18 de abril de 2021

“El rey de los hijos de puta” o “Lo que no me perdono, como lo recuerdo”

    El 22 de enero de 1998 festejé mi 12avo cumpleaños con amigos en Los Horneros, el country donde pasábamos los fines de semana, donde yo quería vivir definitivamente, como mi amigo Zequi. Él se había mudado de Capital a Maschwtiz y yo quería lo mismo. Me acuerdo de estar afuera, el sol, la parrilla, estar contento abriendo regalos. Eran días muy felices para mí. Era pleno verano, mis viejos estaban poco y nada, me quedaba a dormir en lo de mis amigos casi todos los días, podía estar en el country todo el tiempo. 7 días después, el 29 de enero, volví al departamento. Me llevó alguna amiga de mis viejos, no sé si Virginia, Graciela o quién. Cuando entré vi que habían algunas personas conocidas de la familia; la gente estaba seria y mientras entraba, sentía que me miraban raro. Me llevaron al dormitorio de mis viejos, nos quedamos mi papá, mi mamá, mi hermano Esteban y yo. Mi papá lloraba de una manera que nunca lo había visto llorar. Tenía esas ojeras profundas, de fumador. Mi papá era un tipo de carácter muy fuerte, cabrón, enojoso. Entonces hablaba firme, decía lo que tenía que decir y había que entenderlo, respetarlo y se acabó la cosa. Por eso me sorprendieron tanto la manera como las palabras. Papá soltó una frase. Pero esta vez no era el tipo recio. Esta vez la escupió, se la sacó de encima. La largó al aire como pudo, llorando y de un tirón: Nico se murió. Mi hermano mayor, Nico, estuvo enfermo el último año, el 97. Primero lo internaron de urgencia porque el intestino delgado se le había incrustado en el grueso, eso sabía yo. Que no estuviera en casa empezó a ser cada vez más común. Después me dijeron algo más, algo que entendí mal y cuando lo dije en clase, el profesor se rio de mí. Me preguntó que de qué estaba enfermo mi hermano y yo le dije que de Ninfómana. Cuando le dije que no sabía bien como se llamaba, que era algo así, entendió que era un linfoma y no se rio más, puso cara solemne, dijo algo que no entendí y creo que ya ahí, algo empecé a no querer entender, a no querer saber. Había un tufillo a que mi tan preciada infancia, pubertad y preadolescencia podían ser arruinadas y yo no quería eso. Mi vida era muy linda, mi mamá nos cantaba, íbamos a Disney, veía Mi pobre angelito casi todos los mediodías antes de volver al colegio, tenía una banda con mis compañeros en la que yo cantaba, estaban los amigos del country, hacía deportes, qué sé yo… no era momento de arruinar todo, así que fui mejor que la realidad y empecé a ser más tonto de lo que era. A todo esto, con Nico pasaban cosas raras, como cuando papá le rapó la cabeza, le dejaron una flecha de pelo que fue muy divertido. Nico no estaba nunca en casa y, si bien por un lado me lo acuerdo como que me chupaba bastante un huevo, a la vez me acuerdo perfecto el día que Nico salió de una internación y, un mediodía me dijo que ya iba a poder quedarse más tiempo en casa, que ya estaba mejor. Y la verdad que me puse muy contento, o sea que tanto no me chupaba un huevo, iba a poder ver a mi hermano mayor más seguido otra vez, y el chabón la verdad que era lindo de tener cerca. Era muy gracioso, alegre, cantaba, dibujaba todo el tiempo, me hablaba de una manera que no me habló nunca nadie más en toda mi vida, pero eso sí que no sabría explicarlo, no sé qué era esa manera, pero él me hablaba así, como que confiaba en mí, como si no fuera un nene de 11 años, como si fuese capaz de entenderlo, y la verdad, a él lo entendía. Ese mediodía no fue lo único que me dijo. Estabamos solos en el comedor de Gallo, no sé bien por qué pero estoy seguro, estábamos solos y me dijo que papá y mamá me habían mentido, que él tenía cáncer, que era una enfermedad muy jodida de la que la gente se moría pero ya estaba mejor. La concha de la lora, ese desengaño me iba a costar un huevo enterrarlo. ¿Cómo podía saber semejante cosa y seguir con mi tan linda vida de niño? Pude. Porque la realidad es una mierda pero yo, si quiero, soy más mierda todavía. Antes de ese día que papá me dijo que Nico se había muerto, mamá me había llevado al hospital, me preguntó si quería ver a Nico, me advirtió que estaba peor que al principio. Me acuerdo que le dije “¿Peor que cuando estaba con todos los tubos?” me explicó que tenía igual de tubos pero que más allá de eso, estaba muy flaco y no podía hablar. Quise verlo igual, caminé el Alemán con mamá llorando y desde la puerta de la habitación lo vi. Era un esqueleto de 18, 19 años. No se movía. Lo vi así, de lejos. Mamá me dijo que solo un milagro lo podía salvar. No era cierto. O sí, considerando que los milagros por definición son algo imposible. Era imposible. Pero yo de nuevo, como el más hijo de puta de los hijos de puta, como la mierda más mierda de la humanidad, me fui a festejar mi cumple, a pasar el verano de mi vida mientras mi hermano  agonizaba en la cama de un hospital, mientras a papá y mamá se le moría su hijo mayor, Nico, el mejor de los tres. Esteban era el rebelde y yo el caprichoso, pero Nico no, a Nico todos lo querían, era de esos. El buen tipo, el divertido, el artista, el sensible.

    Igual la corona de los soretes me la gané después. Recapitulo: departamento de Gallo, gente triste, el dormitorio de mis viejos, ellos, Esteban, yo y mi papá escupiendo que Nico se murió. Nos abrazamos los 4 y lloramos. Fue la única y última vez que nos abrazamos los 4. No terminaba de entender, me sentía engañado. Creo que pregunté que cómo podía ser, que si el milagro que me había dicho mamá y del que yo me aferraba para seguir siendo feliz no había pasado, y alguno me dijo que eso siempre fue imposible. El desengaño me duró poco porque para distraerme algún primo o no sé quién había traído un juego nuevo de computadora y ahí estaba la cagada de ser humano de Mario feliz de la vida por el juego nuevo, divirtiéndome, jugando en la compu con Nico recién muerto y ahí sí, me dieron la corona y el cetro.