Igual la corona de los soretes me la gané
después. Recapitulo: departamento de Gallo, gente triste, el dormitorio de mis
viejos, ellos, Esteban, yo y mi papá escupiendo que Nico se murió. Nos
abrazamos los 4 y lloramos. Fue la única y última vez que nos abrazamos los 4.
No terminaba de entender, me sentía engañado. Creo que pregunté que cómo podía
ser, que si el milagro que me había dicho mamá y del que yo me aferraba para
seguir siendo feliz no había pasado, y alguno me dijo que eso siempre fue
imposible. El desengaño me duró poco porque para distraerme algún primo o no sé
quién había traído un juego nuevo de computadora y ahí estaba la cagada de ser
humano de Mario feliz de la vida por el juego nuevo, divirtiéndome, jugando en la compu con Nico recién muerto y
ahí sí, me dieron la corona y el cetro.
domingo, 18 de abril de 2021
“El rey de los hijos de puta” o “Lo que no me perdono, como lo recuerdo”
El 22 de enero
de 1998 festejé mi 12avo cumpleaños con amigos en Los Horneros, el country
donde pasábamos los fines de semana, donde yo quería vivir definitivamente,
como mi amigo Zequi. Él se había mudado de Capital a Maschwtiz y yo quería lo
mismo. Me acuerdo de estar afuera, el sol, la parrilla, estar contento abriendo
regalos. Eran días muy felices para mí. Era pleno verano, mis viejos estaban
poco y nada, me quedaba a dormir en lo de mis amigos casi todos los días, podía
estar en el country todo el tiempo. 7 días después, el 29 de enero, volví al
departamento. Me llevó alguna amiga de mis viejos, no sé si Virginia, Graciela
o quién. Cuando entré vi que habían algunas personas conocidas de la familia;
la gente estaba seria y mientras entraba, sentía que me miraban raro. Me
llevaron al dormitorio de mis viejos, nos quedamos mi papá, mi mamá, mi hermano
Esteban y yo. Mi papá lloraba de una manera que nunca lo había visto llorar.
Tenía esas ojeras profundas, de fumador. Mi papá era un tipo de carácter muy
fuerte, cabrón, enojoso. Entonces hablaba firme, decía lo que tenía que
decir y había que entenderlo, respetarlo y se acabó la cosa. Por eso me
sorprendieron tanto la manera como las palabras. Papá soltó una frase. Pero
esta vez no era el tipo recio. Esta vez la escupió, se la sacó de encima. La
largó al aire como pudo, llorando y de un tirón: Nico se murió. Mi hermano
mayor, Nico, estuvo enfermo el último año, el 97. Primero lo internaron de
urgencia porque el intestino delgado se le había incrustado en el grueso, eso
sabía yo. Que no estuviera en casa empezó a ser cada vez más común. Después me
dijeron algo más, algo que entendí mal y cuando lo dije en clase, el profesor
se rio de mí. Me preguntó que de qué estaba enfermo mi hermano y yo le dije que
de Ninfómana. Cuando le dije que no sabía bien como se llamaba, que era algo
así, entendió que era un linfoma y no se rio más, puso cara solemne, dijo algo
que no entendí y creo que ya ahí, algo empecé a no querer entender, a no querer
saber. Había un tufillo a que mi tan preciada infancia, pubertad y
preadolescencia podían ser arruinadas y yo no quería eso. Mi vida era muy
linda, mi mamá nos cantaba, íbamos a Disney, veía Mi pobre angelito casi todos
los mediodías antes de volver al colegio, tenía una banda con mis compañeros en
la que yo cantaba, estaban los amigos del country, hacía deportes, qué sé yo…
no era momento de arruinar todo, así que fui mejor que la realidad y empecé a
ser más tonto de lo que era. A todo esto, con Nico pasaban cosas raras, como
cuando papá le rapó la cabeza, le dejaron una flecha de pelo que fue muy
divertido. Nico no estaba nunca en casa y, si bien por un lado me lo acuerdo
como que me chupaba bastante un huevo, a la vez me acuerdo perfecto el día que
Nico salió de una internación y, un mediodía me dijo que ya iba a poder
quedarse más tiempo en casa, que ya estaba mejor. Y la verdad que me puse muy
contento, o sea que tanto no me chupaba un huevo, iba a poder ver a mi hermano
mayor más seguido otra vez, y el chabón la verdad que era lindo de tener cerca.
Era muy gracioso, alegre, cantaba, dibujaba todo el tiempo, me hablaba de una
manera que no me habló nunca nadie más en toda mi vida, pero eso sí que no sabría
explicarlo, no sé qué era esa manera, pero él me hablaba así, como que confiaba en mí, como si no fuera
un nene de 11 años, como si fuese capaz de entenderlo, y la verdad, a él lo
entendía. Ese mediodía no fue lo único que me dijo. Estabamos solos en el
comedor de Gallo, no sé bien por qué pero estoy seguro, estábamos solos y me
dijo que papá y mamá me habían mentido, que él tenía cáncer, que era una
enfermedad muy jodida de la que la gente se moría pero ya estaba mejor. La concha de la lora, ese desengaño
me iba a costar un huevo enterrarlo. ¿Cómo podía saber semejante cosa y seguir
con mi tan linda vida de niño? Pude. Porque la realidad es una mierda pero yo,
si quiero, soy más mierda todavía. Antes de ese día que papá me dijo que Nico
se había muerto, mamá me había llevado al hospital, me preguntó si quería ver a
Nico, me advirtió que estaba peor que al principio. Me acuerdo que le dije
“¿Peor que cuando estaba con todos los tubos?” me explicó que tenía igual de
tubos pero que más allá de eso, estaba muy flaco y no podía hablar. Quise verlo
igual, caminé el Alemán con mamá llorando y desde la puerta de la habitación lo
vi. Era un esqueleto de 18, 19 años. No se movía. Lo vi así, de lejos. Mamá me
dijo que solo un milagro lo podía salvar. No era cierto. O sí, considerando que
los milagros por definición son algo imposible. Era imposible. Pero yo de
nuevo, como el más hijo de puta de los hijos de puta, como la mierda más mierda
de la humanidad, me fui a festejar mi cumple, a pasar el verano de mi vida
mientras mi hermano agonizaba en la cama
de un hospital, mientras a papá y mamá se le moría su hijo mayor, Nico, el
mejor de los tres. Esteban era el rebelde y yo el caprichoso, pero Nico no, a
Nico todos lo querían, era de esos. El buen tipo, el divertido, el artista, el
sensible.
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