lunes, 10 de agosto de 2020

No soy un artista

 No soy un artista. Quiero ser un artista, me encantaría ser un artista, pero no lo soy. Tuve la dicha de conocer más de un artista, y por eso estoy tan seguro que no pertenezco a esa selecta casta de poseedores del don, a quienes la expresión artística los persigue a donde vayan, a donde  estén, en donde piensan y en donde sienten. 

Es así, al artista el arte lo persigue, es un destino inevitable. Si se enferma, si se ríe, si llora o se enamora, incluso si se muere, o mejor aún, sobre todo si se muere. El arte lo rodea y si no encuentra su lugar, lo sofoca y lo mata, para que en ese acto fatal, para que en el velorio, en el entierro o en el crematorio, haya un último acto artístico y todos lloremos, o nos riamos de los nervios, y haya uno disfrazado de algo raro,  con un libro en la mano, leyendo en latín. 

En cambio a mí, como nada me rodea, persigo al arte por lo cual no puedo no ser otra cosa que uno más de los tantos que no fueron llamados a crear, sino a transitar y no mucho más.

Al menos en la muerte, será un atardecer prístino, con la falsa paz de los espectros al acecho, sobre un campo agujereado, con los restos horizontales, habrá un tipo disfrazado de algo, con un libro en la mano, vociferando una lengua extraña, estando quienes me quisieron y quienes desde ese momento me empezarán a querer, y cada vez más, porque en ese, mi único acto artístico, la hipocresía será el souvenir de algunos y la angustia el de otros.