sábado, 27 de febrero de 2021

Me dejo llevar

Lo que creo saber de vos es que soy yo, en vos. Me ha pasado: me entrego a una idea especular, una proyección sobre un lienzillo, per vía di levare voy sumando, pincelada tras pinceladas, con un entusiasmo alquímico, lo que quiero creer de vos lo creo, me dejo llevar. Me miento y lo encuentro excepcional. No hay nada excepcional en el onanismo. Es la forma más vulgar del autoerotismo, pero le pongo la idea de magia y me dejo llevar.

Sin embargo, algo está vez algo es distinto. ¿Cómo puedo ser yo en vos, cuando todo se siente novel e impoluto? No me sé tan bárbaro, tan polisémico, yo no tengo magia. No sé jugar como vos -o acaso estoy aprendiendo- tan comprometido con el juego. No creo haber sentido antes el deseo infantil de ser adulto jugando con otro a ser un niño. Yo, cuando juego, soy el niño, más directo.

Quizás me proyecte desde la falta, aunque de la nada, nada se cree. Lo cierto es que no entiendo, pero me dejo llevar.  Y mirá, está correntoso, pero me dejo llevar; la vorágine de subir, bajar. Me golpeo con las rocas y el calor de la herida, y el mareo del movimiento confundiendo al oído, o el oído al cerebro y el alma al cerebro y de nuevo a la calma. 

No existís y me encanta que existas. Y me da miedo. Esa asíntota que no llega a la équis, el ideal y la cosa. Claro que me da miedo, sé que es mentira, o bueno, no sé... ¿es la negación de la magia un mecanismo de defensa, o es el hiperrealismo anteponiéndose a la fantasía por concreto? 

Existís y me encanta que no existas, porque juego libre y comprometido, con el erotismo que subyace a las guitarras y a la vista al río, como aprendí de vos, que no existís.