lunes, 9 de agosto de 2010

Roberto Arlt

Entre el sinfín de equívocos intentos por desvalorizarme, si hay uno el cual me molesta de sobremanera es que se me acuse de squena dritta, siendo, en primera instancia, que la curvatura espinal aquéjame desde niño. Mi postura de semicírculo graduado ha devenido en dolores de todo tipo no siendo los físicos los primordiales sino aquellos dolores del corazón. No tardé mucho en enterarme que un reverso corvo da impresión de tipo abatido y mucho menos demoré en enlazar este entonces nuevo conocimiento a uno anterior: las señoritas los prefieren triunfadores. Di cuenta de que ciertamente mi columna torcida es metáfora recíproca de mis pesares, los cuales me llevaron a despreciar el trabajo, aquellos que fueran impulsados por la lectura, aquella que acostumbro practicar en una silla con el texto sobre una mesa, práctica escoliósica. Si realmente el incesante cavilar fuese comparable a la vagancia, si sólo se reivindicara el trabajo portuario o el cargar ladrillos y bolsas de canto rodado, si sólo las marcas de las manos y las espaldas dolientes fuesen signo de virtud, sería entonces yo mismo un virtuoso dado que las yemas de mis dedos arden por las hojas pasar, el callo del dedo mayor es casi un sexto dedo y no hay vértebra que no cante al tratar de recuperarme erecto tras robarme los pensamientos de aquellos grandes maestros, esos de squena dritta por quienes de ser más tenidos en cuenta, los portuarios y los albañiles no tendrían que trabajar jornadas imposibles, gozarían de buena salud y otros beneficios correspondientes. 

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